(guias)
El 10 de noviembre de 1898, a las ocho y media de la noche, llegaron los primeros repatriados de las colonias, directamente a Barcelona a bordo del trasatlántico Miguel Gallart. Perteneciente a la casa F. Prats y Compañía, fletado por la Compañía Trasatlántica. Un gran contraste en los hechos cuando comparamos la marcha al nuevo mundo con el regreso por la derrota. Una marcha que se había caracterizado por la alegría y la animación, la música y las patrióticas esperanzas, aunque la misma sea descrita por periódicos menos patrióticos, simplemente como disciplinada y obediente. El regreso no solo había sido triste a causa de la derrota, es decir, desde un punto de vista patrio y espiritual, sino que visualmente, lo que desembarcó del Miguel Gallart fueron cientos de soldados enfermos, mutilados y mal vestidos, en contraposición con los jóvenes sanos y robustos que embarcaron en los años 95 y 96. Entre los 1077 que embarcaron en el buque a la salida de La Habana, 23 murieron durante la travesía y descansan hoy en el mar. En ese desembarco Barcelona contempló un millar de soldados, entre los 22 y los 25 años, escuálidos que alimentaron el sentimiento de desgracia por la pérdida de las últimas colonias, en un día grisáceo por los nubarrones que pareciera querían unirse al espectáculo de tristeza del día, y se dice que una densa niebla recortaba la silueta de Colón, que se encontraba en primera fila, como si estuviera obligado a contemplar el resultado de su descubrimiento. Estos soldados representaban el estado español tras el desastroso año 1898. Y de la misma forma que España, muchos de esos soldados salieron del barco y fueron a ocupar camillas en los Hospitales Militares y Sanatorios. Por más que las solicitudes de la Sanidad Militar, de la Cruz Roja y de otras entidades benéficas se multiplicaron para hacer menos angustiosa la situación de tantos infelices, no bastó el consuelo que despertaba su intervención piadosa, para destruir el efecto horrendo de conjunto que produce el espectáculo de la llegada de un número tan grande de desventurados. “Magres, pàlits, bruts, y ab los cabellos à coll-y-be y la barba de malalt” desembarcaron desarmados porque no podían cargar más armas que las muletas de los inválidos.
“A un d’ells li preguntarem- ¿Que tal? ¿Us heu barallat gayre ab los nort-americans? — Encare no ’ls hi hem vist la cara - constestà - No mes hem lluytat ab la fam”.
Para la mañana del 9 de noviembre estaban dispuestas todas las operaciones del desembarque. A las 07:15h, el general gobernador militar José García Navarro, acompañado del señor Mira, los coroneles de infantería Francisco Camarasa y Adolfo Villa, el comisario de transporte César Costa y del personal de compañías militares, pasaron a bordo del buque verificándolo, cosa que también hizo el director de Sanidad Marítima Rafael Bianchi. Tras anclarse, el buque se rodeo de inmediato de infinidad de embarcaciones menores que procuraban acercarse al barco en busca de parientes y amigos. Se organizaron los trabajos de desinfección de ropas y equipajes, que se hicieron por medio de estufas en la caseta de Sanidad del Puerto, y que era uno de los principales requisitos para el desembarco del contingente de repatriados. El gobernador civil Ramón Larroca, acompañado de su hijo y su secretario, pasaron a bordo del Miguel Gallart para verificar los últimos detalles, las escaleras y la puerta de la Paz, por donde se produciría el desembarco; desde el monumento de Colón hasta la Aduana. Esta zona quedó cerrada desde las nueve de la mañana por millares de personas que esperaban ver a los soldados desfilar, mientras que 24 guardias a caballo a duras penas lograban contener a la multitud, junto a un escuadrón de la guardia civil y numerosos pelotones de la policía y la guardia municipal. El resto del espacio se encontraba repleto de materiales para la atención y el traslado de los enfermos; noventa y dos camillas, y dos coches literas, más camillas del cuerpo de bomberos y numerosos coches facilitados por la Administración Militar, la Diputación Provincial y la Sanidad Militar, entre otras provisiones. En la misma zona se encontraban las instalaciones de la Cruz Roja que contaban con once literas y tiendas provistas con material médico-sanitario. Como no podía ser de otra manera, también estaban previstos los auxilios religiosos, el reverendo P. Aragón y misioneros apostólicos de las posesiones sudamericanas. El cinematógrafo estaba instalado frente al cuartel de Ataranzas, donde también se había instalado una dependencia provisional de primeros auxilios y distribución de víveres. El dueño del Gran Hotel, Hércules Durio, mandó a servir a los repatriados más de mil tazas de caldo con generosas copas de vino. Los soldados más graves, llevaban un lazo rojo en brazo, y eran conducidos directamente al Hospital Militar. Los menos graves tenían un lazo azul y eran destinados al cuartel-hospital Alfonso XIII, mientras que los enfermos leves llevaban un lazo blanco y eran trasladados al Sanatorio de la Diputación. Otros pasajeros, que no llevaban distintivos eran conducidos al Depósito de Ultramar. Los soldados que desembarcaron pertenecían al regimiento de infantería de Tarragona, aunque también estaba la caballería de Hernán Cortés, Alfonso XIII y algún contingente de la Administración Militar, compuesto por ingenieros y servicios sanitarios.
El Gobernador Militar José García Navarro dirigió el transbordo desde el Miguel Gallart a los vaporcitos “golondrinas” que trasladaron a los soldados hasta la Puerta de la Paz, punto en el que es importante mencionar que el dueño de dichos vaporcitos no acepto gratificación alguna por el servicio. El Gobernador Civil Ramón Larroca y el médico de Sanidad Militar comandante Enrique Solahegui recibieron a los soldados en el punto de desembarque.
“Al deslizarse la masa del vaporcito por las tranquilas aguas del puerto, aquellas aguas como el cielo que reflejaban, grises, sin variedad de matices, sin color ni movimiento, la masa del público, las personas oficiales, los periodistas, todos, porque allí todos éramos españoles que aguardaban a sus hermanos, íbamos siguiendo el camino del vaporcito con mirada ávida y prolongada, parpadeando como si quisiéramos acariciarles con aquella mirada, aunque en realidad cerrando los párpados, porque no podíamos contener las lágrimas”.
En la primera golondrina desembarcaron 182 soldados, las siguientes con números similares. Los enfermos graves, que habían sido contabilizados en 200, fueron subiendo su cifra a los 300 y más, algunos de ellos tuvieron que ser llevados en brazos y otros directamente en camillas, parecían muñecos inanimados, algunas de estas camillas iban descubiertas y otras tapadas. A los pies de Colón murieron cinco. La aglomeración de camilla desde el campamento de la Cruz Roja hasta el Cinematógrafo, llegó a ser muy difícil de administrar a pesar de la excelente disposición de su delegado José Ferrer Vidal i Soler. El periódico La Vanguardia cuenta que uno de los heridos graves, agonizante por la fiebre, señaló la estatua de Colón diciendo -ese tiene la culpa de todo-, mientras otros lanzaban sus sombreros de paja para no guardar nada de aquellas tierras.
El mismo día, 10 de noviembre, se estaba inaugurando la temporada del Teatro Liceo. Ambos acontecimientos señalados en la ciudad, pero con lecturas totalmente extremas. La comparación en un mismo día de las miserias de la guerra, especialmente la de Cuba, teniendo en cuenta la suerte de estos soldados tras la derrota española. El 12 de agosto se pronuncia la rendición del ejército español, y no será hasta octubre, 2 meses después de la claudicación, que los soldados, desamparados, comienzan a regresar a la patria. En Cuba, mientras tantos los soldados enfermaban de malaria, dengue, cólera y otras enfermedades comunes en la isla. Existen numerosas fuentes que describen situaciones tales como soldados abocados a la mendicidad, pidiendo por las calles, llevando su uniforme de rayadillo, lo que provocó en algunos altos estamentos del ejército cierto malestar por la imagen de abandono que transmitían. Otras fuentes hablan de intercambios que se hacían los soldados norteamericanos con los españoles, en los cuales los norteamericanos pedía diferentes objetos de carácter más específico castellano, y los españoles simplemente agua. Se dice que los campamentos abandonados por el ejército pero aún con soldados, utilizaban el río tanto para cuestiones de sanidad y higiene como para el consumo, en un terreno con numerosos cuerpos semi-enterrados y caballos muertos que alimentaban la putrefacción de la escena. No es nada raro que muy poco de estos soldados sobrevivieran.
En cambio la inauguración en el Liceo fue muy concurrida, hasta el punto que los ingresos del teatro superaron las expectativas de los empresarios, demostrando dónde había quedado todo el dinero que debía estar destinado a los repatriados. Esta inauguración se presenta como un punto de encuentro de las mejores familias barceloninas; comerciantes, industriales y nobles acuden como parte de sus pactos comerciales. Para la mayoría de los asistentes, no se trataba de ir a escuchar ópera, sino para exponerse como objetos de transacción. Haciendo voz de la diferencia de clase y haciendo desfilar a aquellos que se enriquecieron con la guerra.
Y es que cada vez que se habla de este hecho, la pérdida de las colonias, en especial de la Guerra de Cuba contra los norteamericanos, los periódicos catalanes tienen una extensa lista de insultos que van dirigidos directamente al Gobierno Español. La derrota en el Caribe, así como el estado de estos pobres repatriados, es el resultado de lo que ha querido “nostres gobernants” y “la inexplicable passivitat del nostre poble”.
“Y después de los grandes desastres que hemos venido sufriendo no sabemos aprovechar la lección que se desprende, hemos de confesar que lo hemos perdido todo, hasta el don de hacernos cargo de las cosas. (…). Mientras España, tan poderosa un día, ha nido decayendo, entregada a inveteranos errores, que tienen por causa principal, su empeño en imponer la unidad de las creencias a punta de espada, allá en el Norte de América en el corto espacio de un siglo se ha ido formando un pueblo joven, con repliegue de toda la nación, enteramente libres de preocupaciones tradicionales, enteramente desligados de otro fin que no sea su inmensa prosperidad material. (…) Mientras en España hemos vivido medio dormidos y arrullados por las auras de pasadas grandezas, (…), conservando en el ejército una organización jerárquica sumamente dispendiosa, y que cada día nos demuestra que no sirve para nada; mientras, siempre retrasados, hemos ido parodiando, en lugar de seguir, las innovaciones que en organización y armamento adoptaban las primeras potencias europeas; mientras, para cubrir las filas, hemos arrancado los soldados de los hogares de los pobres, dejando exentos del deber de servir a la patria a los que por redimirse de tan sagrada obligación podían disponer de trescientos duros. (…) Todo era cuestión de tiempo: todo se reducía a prolongar más o menos el sistema de la guerra por la asfixia.”
Se hace extensa crítica a la organización tanto civil como militar de España, así como de su capacidad de reacción, ya que mientras que en España se divaga, el enemigo se mueve con aplomo y seguridad. Y es que esto, según se defiende, no es más que la consecuencia del hecho de que la mayoría de los españoles son apátridas. “El mundo marcha y nosotros nos empeñamos en estar parados”, es el caso por ejemplo de la comparación entre el sistema monárquico aún presente en España y la creación institucional “genuinas de un pueblo joven” que lleva a cabo los EEUU. Y es que la riqueza de un pueblo no depende de los dones de la naturaleza, sino de la bondad de las instituciones que facilitan su útil explotación.
Tras la capitulación de Santiago de Cuba, el protocolo que se firma, obliga a EEUU a trasladar a España a los soldados implicados en la capitulación, alrededor de 30.000. Para realizar el traslado, EEUU convocó un concurso que ganó la Compañía Trasatlántica, a la que se le conoce como la Flora Silenciosa, que realizaba la repatriación por valor de 100 pesetas de la época por persona. Dicha cantidad monetaria era muy superior a lo que cualquier soldado, aún en Cuba, podía pagar, pero EEUU ya estaba brindando el servicio obligatorio. Así que los repatriados fueron trasladado con gran lentitud por la misma Compañía Trasatlántica Española pero con financiación castellana. Dicha repatriación comenzó el 10 de octubre de 1898 con el primer embarque de soldados en La Habana, dos meses después de la finalización del conflicto, y no acabará hasta julio de 1899, a pesar de que EEUU había puesto como fecha límite a los españoles el 1 de diciembre de 1898 para evacuar la isla. Esto dio como resultado que los buques llevaban un excedente de pasajeros muy superiores a sus capacidades, hasta el punto que, según crónicas de la época, habían pasajeros incluso en los retretes.
Sátira
FUENTES
La Campana de Gracia. Batallada 1526 (1898, 13 de agosto). Barcelona: Antonio López, 1870-1934.
La Campana de Gracia. Batallada 1539. (1898, 12 de noviembre). Barcelona: Antonio López, 1870-1934.
La Tomasa. Número 533. (1898, 17 de noviembre). Barcelona: s.n., 1872-1907.
La Vanguardia. (1898, 11 de noviembre). pp. 4-5
Como se aprende con este blog!! :-)
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